Salmos 48:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Salmos 48:1 | Comentario Bíblico Online

Lo que aquí se dice en honor de Jerusalén.

1. De Sion se dicen, por boca de Dios, mayores gentilezas que las que jamás haya dicho Él de ningún otro lugar de la tierra: «Éste es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré porque la (a Sion) he preferido» (Sal 132:14). Es «la ciudad del gran Rey» (v. Sal 48:2), del Rey de toda la tierra, quien se complace en declarar su presencia especial en este lugar. «Grande es Jehová en Jerusalén» (v. Sal 48:1). Por eso se la llama «su monte santo» (lit. el monte de su santidad), y «santidad a Jehová» se escribirá en todo el mueblaje del santuario (Zac 14:20, Zac 14:21). Dios era tenido por refugio seguro, no sólo en el santuario, sino en las calles y en los palacios de Jerusalén. En razón a esto, Jerusalén y, en especial, el monte Sion, sobre el que estaba edificado el templo, eran universalmente amados y admirados, «hermoso por su situación, el gozo de toda la tierra» (v. Sal 48:2). Agradable tiene que ser, en todos los aspectos, la situación, cuando la Infinita Sabiduría la ha escogido para lugar de su santuario; y lo que, en realidad, lo hacía hermoso era el ser el monte de la santidad, porque no hay belleza como la de la santidad. El monte Sion estaba en el lado norte de la ciudad y así la resguardaba de los fríos vientos que soplaban de aquel lado.

2. También se nos dice que los reyes de la tierra temblaron de miedo ante Jerusalén. Los judíos tenían gran motivo para temer a sus enemigos, «porque los reyes de la tierra conspiraron» (v. Sal 48:4). Pasaron, avanzaron juntos, y no dudaban de que pronto se harían dueños de aquella ciudad que debiera ser el gozo, pero se había convertido en la envidia, de toda la tierra. No obstante, la sola vista de Jerusalén les llenó de consternación y les calmó la furia, del mismo modo que la vista de las tiendas de Jacob habían atemorizado a Balaam impidiéndole maldecir a Israel (Núm 24:2): «Y apenas la vieron, se maravillaron, se turbaron, se apresuraron a huir» (v. Sal 48:5). No es que hubiese algo en Jerusalén que infundiese terror a los espectadores, pero la vista de ella les trajo a las mientes lo que habían oído acerca de la especial presencia de Dios en aquella ciudad y de la protección divina de que disfrutaba. Se reconocieron entonces incapaces de contender con el Omnipotente, y les tomó allí el temblor; dolor como de mujer que da a luz (v. Sal 48:6). El miedo que allí les entró es comparado a los dolores de parto de una mujer; y la derrota sufrida a la vista de Jerusalén es comparada al quebrantamiento de las grandes naves de Tarsis (v. Sal 48:7), cuando son atacadas de súbito por una tremenda tormenta.

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