Salmos 51:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El pecado del que David se lamenta en este salmo es la bien conocida y triste historia de la loca perversidad que cometió con la mujer de su prójimo Urías. Este pecado de David se nos es referido con todo detalle como seria advertencia a todos, de que el que piensa estar firme, mire que no caiga (1Co 10:12). El arrepentimiento que aquí expresa fue producido mediante el ministerio de Natán, quien fue enviado por Dios para que le convenciese de este pecado. Todos los que han sido alcanzados por algún pecado grave deberían tener por el mayor de los favores el que se les reprendiese lealmente, y por el mejor de los amigos al que les corrigiese sabiamente. Que el justo me hiera será para mí un perfume excelente. Una vez convicto de su pecado, David derramó su alma delante de Dios en petición de gracia y misericordia y, bajo la inspiración divina, expresó en este salmo los sentimientos de su corazón en esta circunstancia. Tenemos aquí:

I. La humilde petición de David (vv. Sal 51:1, Sal 51:2). Su oración es como una explanación de aquella otra que el Salvador puso en boca del publicano de la parábola (Luc 18:13): «Dios, sé propicio a mí, pecador». David no trata de contraponer sus buenas obras a este terrible crimen, ni piensa que sus buenos servicios a Dios puedan expiar por sus ofensas, sino que acude a la infinita misericordia de Dios y a ella únicamente se confía en busca de perdón y de paz (v. Sal 51:1): «Ten piedad de mí, oh Dios».

1. Cuál es el alegato para que Dios tenga piedad de él: «Ten piedad de mí … conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades, etc.». Como si dijese: «No tengo ninguna otra cosa a la que apelar; pido misericordia en atención únicamente a tu gran misericordia, la cual es libre y soberana, conforme a la infinita bondad de tu divina naturaleza, que te inclina a tener compasión del miserable que no merece sino la condenación.

2. Qué cosa es la que principalmente demanda de la compasión de Dios: «Borra mis delitos», de la misma forma que se borra o cancela una deuda en un libro de cuentas una vez que el deudor la ha pagado o el acreedor la ha perdonado. Dice después (v. Sal 51:2): «Lávame a fondo de mi maldad y límpiame de mi pecado». Natán había asegurado a David que, una vez que estaba arrepentido, Dios había perdonado su pecado: «Jehová perdona tu pecado; no morirás» (2Sa 12:13). No obstante, ruega: «Lávame, límpiame, borra mis delitos». Dios le había perdonado, pero él no podía perdonarse a sí mismo; por eso, importuna a Dios una y otra vez para que le perdone.

II. La confesión penitencial que David expresa (vv. Sal 51:3-5).

1. Sincera y libremente confiesa delante de Dios su culpa (v. Sal 51:3): «Porque yo reconozco mis delitos». Anteriormente había visto que éste era el único medio de poner paz en su conciencia (Sal 32:4, Sal 32:5). Natán le había dicho: «Tú eres ese hombre». Y él había respondido: «He pecado» (2Sa 12:7, 2Sa 12:13).

2. Tiene de su pecado un sentimiento tan profundo que piensa en él continuamente con pena y vergüenza (v. Sal 51:3): «Y mi pecado está siempre delante de mí».

(A) Confiesa su grave transgresión de la ley divina (v. Sal 51:4): «Contra ti, contra ti solo he pecado». Y, en consecuencia, declara la justicia de Dios cuando sentencia al pecador (v. Sal 51:4): «Así que eres justo cuando sentencias, e irreprochable cuando juzgas». Los mejores hombres, cuando pecan, deben dar el mejor ejemplo de arrepentimiento. Los verdaderos penitentes justifican a Dios precisamente condenándose a sí mismos. Lo más notable de este versículo es que, al haber pecado directamente contra Urías y su mujer Betsabé, diga a Dios: «contra ti solo he pecado»; pero está en total conformidad con la mentalidad bíblica de que todo pecado, aun contra el prójimo, es, ante todo y primordialmente, una ofensa a Dios, por ser una transgresión de su santa ley.

(B) Confiesa su congénita corrupción (v. Sal 51:5): «Mira que en maldad he sido formado, etc.». David habla en el Sal 139:14, Sal 139:15 de la admirable estructura de su organismo, pero aquí dice que fue formado (o, más exactamente, que fue dado a luz) en iniquidad, para dar a entender que, desde su nacimiento, estaba inclinado al pecado. No es así como salió el hombre de las manos de Dios, pero, desde la caída original, cada uno de nosotros viene a este mundo con una naturaleza corrompida, degenerada de su prístina pureza y rectitud. Esto es lo que llamamos pecado original, porque es tan antiguo como el origen del pecado primero y porque es el origen de todas nuestras actuales transgresiones. Es algo que nos inclina, desde la cuna, a ir contra la ley de Dios.

III. David reconoce asimismo la gracia de Dios (v. Sal 51:6), no sólo como un buen deseo, o buena voluntad, de la sinceridad que hemos de albergar en lo íntimo de nuestro ser («tú amas la verdad en lo íntimo»), sino también como buena obra que Él lleva a cabo en nuestro interior («y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría»). La verdad y la sabiduría contribuyen grandemente a hacer de un hombre un buen hombre. Lo que Dios requiere de nosotros lo obra Él mismo en nosotros (comp. Flp 2:13) y lo obra en la forma normal de iluminar el entendimiento para ganar la voluntad. David era consciente de que su corazón estaba ahora recto con respecto a Dios, pues estaba arrepentido y, por tanto, no dudaba de que era aceptado por Dios y esperaba que Dios le capacitaría para hacer buenas sus resoluciones y, para ello, le haría conocer, en lo que Pedro llama «el hombre oculto del corazón» (1Pe 3:4, lit.), la sabiduría necesaria para discernir y evitar en lo sucesivo los designios del tentador.

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