Salmos 51:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Véase aquí lo que David pide. Si en todas estas, muchas, peticiones que hace, añadiésemos al final: «en el nombre de Jesús», serían tan evangélicas como las que más.

(A) Ruega a Dios que le limpie de sus pecados y de la contaminación que ha contraído con ellos (v. Sal 51:7): «Purifícame con hisopo». La expresión alude a la ceremonia legal de purificar a quien ha tenido contacto con un cadáver (Núm 19:6) o al leproso (Lev 14:4). Con un ramo de hisopo se rociaba a la persona con agua o con sangre (o con ambas), y así era descargada de las restricciones que la contaminación comportaba. Así es como David desea ser purificado para disfrutar de los privilegios que comporta una comunión con Dios no obnubilada por el pecado. Esto se cumple perfectamente en la dispensación de la gracia pues es la sangre de Cristo, llamada en Heb 12:24 «la sangre del rociamiento», la que purifica nuestras conciencias de obras muertas (Heb 9:14), es decir, de culpas que nos separan de la comunión con Dios como por el contacto de un cadáver, de manera semejante a la separación de los atrios de la casa de Dios en la dispensación de la ley, por el contacto antedicho.

(B) Ruega también que, al ser perdonados sus pecados, tenga el consuelo que el perdón efectúa. No pide ser consolado mientras no haya sido perdonado, pero, una vez que el pecado, la amarga raíz de la tristeza, ha sido arrancada, puede pedir con fe (v. Sal 51:8): «Hazme oír gozo y alegría». El dolor de un corazón verdaderamente quebrantado por el pecado bien puede compararse al de un hueso quebrantado (comp. Sal 38:9; Sal 42:11). Y el mismo Espíritu que golpea y hiere, también cura y venda.

(C) Pide perdón completo y efectivo. Aquí es donde pone su mayor interés, pues es el fundamento de su consuelo (v. Sal 51:9): «Oculta tu rostro de mis pecados; cúbrelos, escóndelos de tu vista para que así queden expiados; que no te provoquen a tratarme según me merezco; están delante de mí, pero haz que estén detrás de ti, a tu espalda, y borra todas mis maldades de tu libro de cuentas; que desaparezcan como se desvanece una nube por los rayos del sol» (Isa 44:22).

(D) Pide gracia santificante. Su gran preocupación es ver cambiada su naturaleza corrompida; por eso, ruega (10): «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu firme (esto es, que sepa resistir los embates de la tentación) dentro de mí». Pide firmeza y constancia, pues había experimentado antes gran inconstancia e inconsistencia en sí mismo.

(E) Ruega que continúe la buena voluntad de Dios hacia él y que progrese en él la buena obra de Dios (v. Sal 51:11): «No me eches de delante de ti como si me aborrecieses, como un cortesano que ha incurrido en el desagrado de su soberano y es excluido de su presencia, y no retires de mí tu santo Espíritu». Estamos perdidos si Dios retira de nosotros el Espíritu Santo. David conocía bien esto por la triste experiencia de Saúl. ¡Cuán miserable y criminal se volvió cuando se retiró de él el Espíritu de Jehová! Por eso ruega a Dios con tanto interés que no le suceda a él lo mismo.

(F) Ora finalmente para que le sean restaurados los consuelos divinos y la continua comunicación de la gracia divina (v. Sal 51:12): «Devuélveme el gozo de tu salvación». Un hijo de Dios no conoce otro gozo verdadero y sólido sino el gozo de la salvación de Dios, gozo en Dios su Salvador y en la esperanza de la vida eterna, «y en espíritu de nobleza (o mejor, de pronta devoción o dedicación) afiánzame». Como si dijese: «Dejado a mí mismo, estoy abocado a caer, ya sea en el pecado o en la desesperación; Señor, sostenme; mi propio espíritu no es suficiente».

2. A continuación, David promete (v. Sal 51:13): «Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos». Él mismo había sido transgresor y, por eso, podía hablar a los transgresores por su propia experiencia y al haber hallado el favor de Dios por la vía del arrepentimiento, podía enseñar a otros los caminos de Dios y los peligros que hay que evitar para no transgredir (comp. con Luc 22:32). «Y los pecadores se convertirán a ti.» Los pecadores arrepentidos son los más aptos para ser predicadores convencidos.

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