Salmos 65:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Su poder y soberanía como Dios de la naturaleza.

I. Él establece la tierra para que se quede firme (Sal 119:90). «Tú, el que afianza los montes con su fuerza» (de Dios), ceñido de poder (v. Sal 65:6. Comp. Sal 93:1). Los collados antiguos (lit. perpetuos) están firmes (Hab 3:6), pero el pacto de Dios con su pueblo es todavía más firme (Isa 54:10).

II. Él apacigua el mar y lo sosiega (v. Sal 65:7). El mar, cuando se alborota, produce gran estruendo, pero cuando le place a Dios, impone silencio a las olas y las sosiega como en plácido sueño (Sal 107:29). Así dio el Señor Jesús una prueba de su divino poder al mandar a los vientos y al mar y ellos le obedecieron. Con el mismo poder con que calma el bramido de las olas, calma también Dios el tumulto de las naciones. Como dice Cheyne: «El Dios de la naturaleza y el Dios de la historia es uno mismo».

III. Él regula la marcha del sol de forma que todos los habitantes de la tierra tengan ocasión de cantar las proezas de Dios; en especial, cuando Dios humilla a los arrogantes y protege a los débiles. Ésta parece ser la interpretación que, con el fondo de Isa 37:1-38, mejor explica el sentido del versículo Sal 65:8: «Tú haces alegrar las puertas (lit. las salidas) de la aurora y del ocaso», es decir, el recorrido entero del sol en su marcha diaria. Dios es quien esparce la luz del amanecer y el que corre las cortinas del ocaso, para que, al desaparecer la luz del sol, brillen las estrellas y la luna.

IV. Él riega la tierra y la hace fértil. Fácil es de observar lo mucho que depende la fertilidad de la tierra de la influencia de los cielos; cuando el cielo se vuelve de bronce, la tierra se vuelve de hierro. Aquí se describen (vv. Sal 65:9-13) la común bendición de la lluvia y las fructíferas estaciones del año. Así se muestra:

1. Cuánto en la tierra se debe al poder y a la bondad de Dios. El Dios que hizo la tierra, la visita con sus cuidados (v. Sal 65:9). El que hizo que se descubriera lo seco de entre la reunión de las aguas (Gén 1:9, Gén 1:10), hizo también que lo seco fuese regado para que diese fruto. Así también nuestro corazón está seco y estéril a menos que Dios lo visite con la lluvia de sus bendiciones y el rocío de su gracia. Se llama a la lluvia el río de Dios (v. Sal 65:9), porque desciende de una fuente celestial. Este río de Dios es el que enriquece la tierra, la cual sería sin él muy pobre cosa. Las riquezas de la superficie de la tierra son mucho más provechosas para el hombre que las que se hallan en sus entrañas, pues podemos vivir sin plata ni oro, pero no sin pan ni verduras.

2. Cuántos bienes se derivan de la lluvia, tanto para la tierra misma como para el hombre que vive en ella. (A) A la tierra misma, la lluvia en su sazón le da una nueva faz. Los surcos se empapan de agua, los terrones que el arado aparta se mantienen en alto y a su debido nivel a fin de que el agua corra entre ellos, la tierra se ablanda y Dios bendice sus renuevos, es decir, el fruto que brota de la tierra bien regada. El tiempo de la cosecha es la culminación de las labores del hombre y del fruto de la tierra; es entonces cuando Dios corona el año con sus bienes (v. Sal 65:11). Con la lluvia tardía, los campos se cubren de abundancia (lit. grosura), destilada según bella imagen del salmista al paso (tus sendas; no «tus nubes») de Dios al visitar a la tierra. El aspecto de la tierra da gozo (v. Sal 65:12). (B) Al hombre que vive en la tierra, le proporciona ésta el alimento de cada día (Job 28:5). Cada grano de cereal que sale de la tierra ha sido preparado por Dios para beneficio del hombre. La producción del trigo es asemejada por el Señor Jesús a la resurrección de los muertos (Jua 12:24), con lo que se enfatiza el poder de Dios. El grano y el ganado son los grandes bienes del campo, y ambos se mantienen de la divina bondad que riega la tierra. Dice Arconada: «Las metáforas (del v. Sal 65:13), bellísimas, se hacen aún más vívidas en la hipotiposis, (es decir, descripción de una cosa por medio del lenguaje) de exultación y alegría con que los prados se visten de rebaños y los valles se cubren de mieses, para vitorear y cantar al Dador de tal belleza».

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