Salmos 71:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Vemos aquí al salmista en un santo transporte de gozo y alabanza, que brota de su fe y esperanza en Dios; lo advertimos en el versículo Sal 71:14, en el que se nota un rápido y admirable cambio de voz; todos sus temores quedan silenciados, todas sus esperanzas quedan elevadas, y todas sus oraciones quedan convertidas en acciones de gracias: «Que digan mis enemigos lo que quieran en su intento de conducirme a la desesperación, en cuanto a mí, esperaré siempre, en cualesquiera circunstancias, por nublado y oscuro que esté el día; viviré en esperanza y esperaré hasta el fin».

1. Su corazón está afianzado en fe y esperanza: «Vendré a los hechos poderosos, a favor mío, del Señor Jehová, iré a su santuario para ofrecer sacrificio de acción de gracias por ellos, y haré memoria de tu justicia, por la que perdonas y salvas, que es sólo tuya, pues tú eres el único Salvador». Espera que Dios no le abandonará en su vejez, sino que será para él el mismo hasta el fin (vv. Sal 71:17, Sal 71:18). «Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud». La buena educación que le habían dado sus padres, la atribuye a Él (comp. Isa 54:13) y, en agradecimiento, desde su juventud hasta ahora, ha manifestado las maravillas de Dios. Los que han recibido el bien cuando eran jóvenes, han de hacer el bien cuando avanzan en edad, y comunican lo que han recibido. Vuelve a pedir a Dios que no le desampare en la vejez (v. Sal 71:18) precisamente para poder continuar anunciando a la siguiente generación la fuerza y el poder de Dios. Si aprovechamos bien el tiempo de nuestra juventud en el servicio de Dios, lejos de abandonarnos, Dios hará de nuestra vejez los mejores días de nuestra vida. Es deber de los discípulos de Cristo, cuando se vuelven viejos, enseñar a los jóvenes, a la generación siguiente, lo que de Dios han aprendido por su propia experiencia, y dejar tras sí un solemne testimonio del poder, de la bondad y de la verdad de Dios en sus promesas, lo mismo que en sus advertencias. Espera que Dios le levantará del presente desconsuelo (v. Sal 71:20): «Tú que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida». No dice: «que me has cargado de muchas angustias», sino: «que me has hecho ver», como hace un padre bondadoso con su hijo. Si, en medio de las pruebas, vemos la mano de Dios en la forma en que debemos verla, podemos estar seguros de que Él nos librará de ellas a su debido tiempo. Y continúa (v. Sal 71:20): «Y no sólo restaurarás, sino que aumentarás mi grandeza, dándome a la postre, como a Job, mayores bienes que los que perdí». A veces Dios hace que las angustias y aflicciones de los suyos contribuyan al aumento de su grandeza, como le pasó a José antes de ser elevado a gobernador de todo Egipto, y su sol brilla mejor después de salir de las nubes. También espera la confusión de sus enemigos (v. Sal 71:24).

2. Veamos ahora cómo se ensancha su corazón de gozo y alabanza, cómo se regocija en la esperanza y canta en esperanza, pues en esperanza fuimos salvos (Rom 8:24). «Mi lengua dice hablará también de tu justicia todo el día» (v. Sal 71:24, comp. v. Sal 71:15). La justicia de Dios incluye muchas cosas: la rectitud de su naturaleza, la equidad de sus bondadosas y providenciales disposiciones, las justas leyes que nos ha dado para que sean nuestra norma de vida, las justas promesas que nos ha declarado para que dependamos de ellas, y la eterna justicia que Su Hijo nos ha provisto para nuestra justificación. La justicia y la salvación de Dios van juntas (v. Sal 71:15), y los hechos de salvación de Dios son tantos que nos resultan innumerables (v. Sal 71:15, comp. con Sal 40:5; Sal 139:17, Sal 139:18). Pero, precisamente por ser innumerables, dan materia constante para alabar a Dios (vv. Sal 71:18, Sal 71:19). Esto es alabar a Dios: reconocer que sus perfecciones y realizaciones son tan excelsas (v. Sal 71:19) que no podemos llegar a ellas, y tantas que no podemos enumerarlas; oh Dios, ¿quién como tú? (v. Sal 71:19). Nadie en el cielo ni en la tierra; ni ángel, ni rey ni nadie. Dios es incomparable; y si no reconocemos que lo es, no podemos alabarle como se debe. «Oh Dios mío; tu verdad cantaré a ti, etc.» (v. Sal 71:22). Dios se da a conocer mediante su Palabra, y su Palabra es verdad (Jua 17:17); si alabamos su verdad, le alabamos a Él; «oh Santo de Israel» (v. Sal 71:22). Esta frase ocurre frecuentemente en Isaías, pero en los Salmos sólo ocurre aquí, en Sal 78:41 y Sal 89:18. «Denota dice Kirkpatrick que Dios en su carácter de Dios Santo ha entrado en pacto con Israel, y su santidad se ha comprometido a redimir a su pueblo.» Su honor supremo consiste en ser «el Santo»; y el honor de su pueblo consiste en que es «el Santo de Israel». El salmista quiere expresar su gozo y exultación con música sagrada (v. Sal 71:22): «con las cuerdas del salterio … con el arpa». David era un virtuoso en estos instrumentos, y quería emplear lo mejor de su talento musical en las alabanzas divinas, no sólo para su propia edificación, sino también para hacer impacto en los demás. «Mis labios se alegrarán cuando cante a ti, sabe que en ninguna otra cosa pueden ser mejor empleados, y mi alma, la cual redimiste, pues nunca te alabaré suficientemente por esa inmensa bondad; mi lengua, etc.» (vv. Sal 71:23, Sal 71:24). No es verdadera música la que hacemos al Señor cuando cantamos sus alabanzas, si no lo hacemos de corazón. El servicio de labios, por bien elaborado que esté, es un trabajo perdido, si en él no ponemos el corazón y el alma.

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