Salmos 74:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Salmos 74:1 | Comentario Bíblico Online

1. El desagrado de Dios hacia su pueblo fue la causa amarga de todas sus calamidades. Por eso apelan a Dios y dicen (v. Sal 74:1): «¿Por qué, oh Dios, nos has desechado para siempre?» Hablan el lenguaje de la melancolía y de la depresión. El pueblo de Dios no debe pensar que, por hallarse abatidos, están desechados, ni de que porque los hombres los pisotean, Dios los rechaza. Esta apelación muestra que lo que más sentían y temían era que Dios los desechara. Dicen (v. Sal 74:1): «¿Por qué se ha encendido tu furor (v. Lam 2:3.), es decir, por qué es tan visible tu furor al echar humo (lit.), de tal forma que todos nuestros vecinos lo notan?» Apelan a la relación íntima que tienen con Él: «Somos las ovejas de tus pastos. Que los lobos molesten a las ovejas no es de extrañar, pero ¿hubo jamás algún pastor tan enfadado con sus ovejas? Acuérdate de tu congregación (v. Sal 74:2), de nosotros, que somos el pueblo que tú escogiste para dar ante el mundo testimonio de tu gloria y ser la tribu, esto es, la nación de tu herencia (comp. con Deu 32:7.; Jer 10:16), de la que has recibido culto de adoración como de ninguna otra nación del mundo. Recuerda también este monte de Sion, donde has habitado, que ha sido residencia y mansión escogida por ti y en la que has tenido tus complacencias. Somos tu congregación, la que adquiriste desde tiempos antiguos, la que redimiste (Éxo 15:13, Éxo 15:16) con muchos portentos cuando se formó primeramente al salir de Egipto, y tú la redimiste de la esclavitud. ¿Vas, Señor, a abandonar ahora a un pueblo que compraste a tal precio y te resultó tan querido?» Mucho mayor es el motivo que tenemos nosotros de esperar que Dios no ha de desechar a los que compró con la sangre de Su Hijo (Hch 20:28). «Levanta (lit.) tus pasos, esto es, apresúrate a venir para reparar las desolaciones … que el enemigo ha hecho en el santuario (v. Sal 74:3), en tu santuario; porque, si tú no las reparas, serán perpetuas e irreparables.»

2. Se quejan de los ultrajes y de la crueldad de sus enemigos, pero sólo por lo que han hecho con el santuario y las sinagogas, es decir, los lugares de reunión que tenían además del templo. El templo era la morada del nombre de Dios y, por eso, el santuario (v. Sal 74:7) o lugar santo. En él habían cometido los enemigos muchas y grandes impiedades (v. Sal 74:3), pues lo habían destruido con absoluto desprecio de Dios y aun afrentándole adrede. «Tus enemigos vociferan en medio de las asambleas» (v. Sal 74:4), donde asistían los fieles israelitas con humilde y reverente silencio. «Han puesto sus banderas bien visibles», en el templo mismo, de forma que se ven desde todos los lugares. Esta osadía con que los enemigos desafiaban a Jehová les llegaba a los israelitas a lo más hondo. «Pues con hachas y martillos han quebrado todas sus entalladuras» (vv. Sal 74:5, Sal 74:6), con el mismo desdén con que los leñadores cortan leña en el bosque. Más aún, «Han prendido fuego a tu santuario … echándolo a tierra» (v. Sal 74:7, comp. 2Cr 36:19). Más tarde, los romanos no dejaron piedra sobre piedra (Mat 24:2), y Sion, el monte santo, fue arado como campo por orden de Tito el hijo del emperador Vespasiano. Se queja también el salmista de la desolación de las sinagogas. El propósito del enemigo era la destrucción completa y definitiva de todo (v. Sal 74:8).

3. Todas estas calamidades quedaban muy agravadas por el hecho de que no se veía ninguna perspectiva de alivio ni podían predecir cómo ni cuándo acabarían las desolaciones: «Ellos han puesto sus banderas bien visibles (v. Sal 74:4), pero nosotros no vemos ya nuestras enseñas (v. Sal 74:9); ni nuestras banderas ni nuestras señales (lit.), esto es, los indicios de vida religiosa, cúltica, comunitaria (v. Lam 2:6). No existen ya profetas para decirnos cuánto tiempo durará todo esto y para animarnos en nuestro desconsuelo. No es que falten hombres que ejercen el oficio de profetas, sino que tampoco reciben ya visión de Jehová (Lam 2:9; comp. Eze 7:26). ¿Ha de blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre?» (v. Sal 74:10). Esto es lo que más les duele, más aún que la afrenta que reciben del angustiador. «¿Por qué retraes tu mano, en lugar de extenderla para librar a tu pueblo y destruir a tus enemigos?»

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