Salmos 78:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos:

1. El salmista observa las reprensiones que Israel atrajo sobre sí por conducirse traicioneramente con Dios (vv. Sal 78:9-11). Se alude a Efraín como cabeza del reino del norte que, al rebelarse contra David, y no guardar el pacto con él (2Sa 5:2.), tampoco guardaron el pacto con Dios, sino que fueron siempre como «novilla indómita». Éste es el sentido más probable de este según Cohen «difícil versículo». M. Henry nota del traductor opina que se hace referencia a la derrota sufrida frente a los filisteos, cuando estos se llevaron el Arca (1Sa 4:10, 1Sa 4:11), ya que Siló caía en la tribu de Efraín. En todo caso nótese que el olvido de las obras de Dios está en el fondo de nuestra desobediencia a las leyes de Dios.

2. De aquí toma ocasión el salmista para consultar los precedentes. En estos versículos, la narración es muy notable, pues refiere una especie de lucha entre la bondad de Dios y la maldad del hombre.

(A) Dios obró grandes cosas a favor de su pueblo Israel cuando los reunió por primera vez e hizo de ellos una nación (v. Sal 78:12): «A la vista de sus padres hizo portentos». Hizo una avenida seca en medio del mar Rojo y por allí los condujo y les dio ánimos, aunque las aguas estaban a los lados como montones (v. Sal 78:13). Les proveyó de guía a través de las sendas, no pisadas antes, del desierto (v. Sal 78:14), por medio de una nube, que resplandecía con fuego por la noche, con lo que la oscuridad les resultaba menos atemorizadora y menos peligrosa (v. Zac 2:5). «Hendió las peñas en el desierto y les dio a beber raudales de agua, no destilada, gota a gota, por medio de un alambique, sino en forma de grandes corrientes (vv. Sal 78:15, Sal 78:16). Dios no escatima, pues es rico en misericordia.

(B) Cuando Dios comenzó a bendecirles de esta manera, ellos empezaron a afrentarle (v. Sal 78:17): «Pero aún volvieron a pecar contra Él». Sobrellevaron las miserias de su esclavitud mejor que las dificultades de su liberación, y nunca murmuraron de sus capataces tanto como lo hicieron de Moisés y Aarón. «Se rebelaron contra el Altísimo» (v. Sal 78:17). En el desierto, dijeron e hicieron lo que sabían que le había de provocar (v. Sal 78:18): «Pues tentaron a Dios en su corazón», (a) Desearon o, más bien, exigieron lo que Dios sabía que no les convenía: «pidiendo una comida para saciar su apetito desordenado». Dios les había dado el maná, alimento sano, agradable y abundante. Pero esto no les satisfacía. (b) Retaron a Dios a que les diese carne, con lo que desconfiaban de que tuviese poder para darles lo que ellos apetecían (vv. Sal 78:19, Sal 78:20) ¡Qué injuria tan grande a Dios al decir (v. Sal 78:19): «¿Podrá poner mesa en el desierto?»! Tanto valor dieron estos epicúreos a una mesa opípara, que llegaron a pensar que Dios no tenía bastante poder para prepararla en el desierto. Pero, ¿qué es más, preparar una buena mesa en el desierto, cosa que cualquier potentado es capaz de hacer, o sacar agua de una roca, cosa que ningún magnate de este mundo es capaz de hacer? Digamos siempre a Dios, como a Cristo el leproso del Evangelio: «Señor, si quieres, puedes».

(C) Dios se resintió justamente de esta provocación y les mostró su gran desagrado (v. Sal 78:21): «Por esto, lo oyó Jehová, y se indignó». Se resintió «por cuanto no habían creído a Dios, ni habían confiado en su salvación» en la que ya había comenzado a obrar para ellos (v. Sal 78:22). No obstante, en su gran bondad y paciencia, Dios abrió los cielos e «hizo llover sobre ellos maná … trigo de los cielos» (vv. Sal 78:23, Sal 78:24). Las nubes que, de ordinario llueven agua para que crezca el trigo en la tierra, en esta ocasión llovieron trigo; así se llama al maná por su semejanza con una semilla (Éxo 16:31). Cada uno (este es el sentido del hebreo ish aquí), hombres y mujeres, niños y mayores, comió pan de los fuertes, es decir, de los ángeles (v. Sal 103:20), de quienes dice también el Targum que se alimentan de maná. Lo curioso es que Dios les mostró su resentimiento, no precisamente negándoles lo que le pedían, sino dándoseles en tal abundancia que les salió por las narices (Núm 11:20). Los versículos Sal 78:26-29 condensan el relato de la forma en que Dios les proveyó de codornices y que puede leerse en el capítulo Núm 11:1-35 de Números. Es de notar que muchos israelitas comieron de las codornices sin que les hiciesen daño, pues no era el alimento lo que les dañó, sino el apetito insaciable de la carne.

(D) Los castigos que Dios les propinó no sirvieron para reformarles más de lo que habían servido sus beneficios (v. Sal 78:32): «Con todo esto pecaron aún»; murmuraron y se quejaron contra Dios y contra Moisés tanto como siempre. Duros son de veras los corazones que no se derriten con los favores de Dios ni se quebrantan con sus castigos.

(E) Al persistir ellos en sus pecados, prosiguió Dios en sus castigos; pero éstos fueron de distinta naturaleza pues no los llevó a efecto de pronto, sino lentamente (v. Sal 78:33): «Entonces consumió sus días como un soplo, y sus años en tribulación». Fueron condenados a pasar treinta y ocho tediosos años en el desierto, años inútiles pues en ellos no dieron un paso de avance hacia Canaán, sino que les hizo volver y anduvieron vagando de acá para allá como en un laberinto. Los que continúan pecando han de esperar continuar sufriendo. Y la razón por la que pasamos nuestros días tan en vano y con tantas aflicciones, viviendo con tan pocos consuelos y sin propósito aparente, es porque no vivimos por fe.

(F) Bajo estos castigos, ellos fingieron arrepentirse, pero no eran sinceros en su confesión. De labios para fuera, su profesión era plausible (vv. Sal 78:34, Sal 78:35): «Si los hacía morir entonces buscaban a Dios». Asustados clamaban a Dios e imploraban misericordia y prometían que se habían de reformar para bien: «se volvían solícitos en busca suya». Pero no eran sinceros en su profesión (vv. Sal 78:36, Sal 78:37): «Pero le lisonjeaban con su boca como si pensaran que con buenas palabras podían hacerle revocar su sentencia. Se derretían al sol, pero se congelaban en la sombra: «Con su lengua le mentían, pues sus corazones no eran rectos con Él». Dice Maclaren: «Tal buscar a Dios, que no es en modo alguno buscarle propiamente, sino sólo buscar el escapar del castigo, ni cala hondo ni dura largo».

(G) No obstante, Dios se apiadó de ellos y puso fin a los castigos con que les había amenazado y en parte había ejecutado (vv. Sal 78:38, Sal 78:39): «Pero Él, misericordioso (mejor, compasivo), perdonaba la maldad y no los exterminaba». Les perdonó la vida hasta que se levantó otra generación que entrase en la Tierra Prometida. Aunque ellos no se acordaban correctamente de que Dios era su roca, Dios se acordó de que eran carne (v. Sal 78:39), esto es, mortales e inclinados al pecado y al error. Cuán fácilmente pudo aplastarlos, al ser ellos un soplo que se va y no vuelve (v. Sal 78:39). Ellos merecían morir, pero Dios es, ante todo, un Dios compasivo (Éxo 34:6, Éxo 34:7) y no quiso destruirlos.

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