Significado de BIBLIA, HERMENÉUTICA Según La Biblia | Concepto y Definición

BIBLIA, HERMENÉUTICA Significado Bíblico

¿Qué Es BIBLIA, HERMENÉUTICA En La Biblia?

Teoría de la interpretación bíblica, sus metas, métodos, principios y criterios evaluativos utilizados en la interpretación de las Escrituras. Esto podría parecer esotérico y carente de practicidad pero, en realidad, la teoría hermenéutica genera consecuencias de gran alcance para los creyentes y la iglesia.
Toda persona que se acerca a la Biblia, lo hace utilizando alguna teoría hermenéutica. Los resultados de ese encuentro se verán influidos por la comprensión interpretativa que esa persona tenga del texto. Los seres humanos desarrollan las capacidades interpretativas a medida que aprenden su primer idioma. Desde el momento en que los niños comienzan a adquirir la lengua madre, aprenden lo que significa entender mal. Aprenden que la interpretación puede ser correcta o equivocada.
Esta comprensión temprana es la base de una presunción perdurable de la hermenéutica bíblica: que un texto posee por lo menos un significado, y que la interpretación que uno hace será correcta o incorrecta. En los últimos años los posmodernistas han desafiado esta presunción. Las personas en pequeños grupos de estudio bíblico tal vez no hayan leído a escritores de la posmodernidad, pero las suposiciones posmodernistas se pueden observar en dichos grupos de estudio bíblicos donde toda interpretación se considera tan buena como cualquier otra. El entorno cultural en que nos hallamos imbuidos modifica la teoría hermenéutica mediante esta clase de modalidades sutiles sin que nos demos cuenta de lo que ha sucedido. Por esa razón, el tener un concepto general de la hermenéutica bíblica puede ayudar a los estudiantes de la Biblia a ser conscientes de las presunciones y los principios hermenéuticos que aplican a la Escritura cada vez que la leen. Ver Biblia, Métodos de estudio.
La manera en que interpretamos la Biblia tiene mucho en común con la forma en que interpretamos otros textos. Pero la diferencia entre los textos bíblicos y los de ley, literatura y ciencias es que, a pesar de que los 66 libros bíblicos fueron escritos por muchas personas durante un período de más de 1500 años, la Biblia declara que Dios es definitivamente el autor. Esto le otorga mayor importancia a su lectura y a la comprensión precisa de lo que dice. Una cosa es interpretar mal a Shakespeare, pero otra muy distinta es entender mal a Dios. No obstante, ha existido y existe mucho desacuerdo en cuanto a lo que la Biblia quiere decir sobre diversos temas. Esto nos alienta a considerar los distintos enfoques interpretativos que generan una diversidad de interpretaciones, muchas de las cuales son incompatibles entre sí.
Una presunción que Jesús y otros líderes religiosos de su tiempo tenían en común era que las Escrituras hebreas eran la palabra de Dios. También compartían una cantidad de métodos de interpretación escritural: literal, midrash, pesher y tipológica. No obstante, Jesús y los líderes religiosos interpretaban las Escrituras de manera muy diferente. Una de las primeras actividades del Cristo resucitado fue interpretar las Escrituras. Cuando iba caminando con Cleofas y otro discípulo en dirección a Emaús, “comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él se decía” (Luc 24:27). La interpretación de Jesús en cuanto a quién era Él y cuál era Su misión a la luz de las Escrituras hebreas es el fundamento de la iglesia e históricamente se constituye en el factor que determinó la separación entre la iglesia y la sinagoga.
Esta actividad interpretativa de Jesús forja una conexión entre las Escrituras hebreas y lo que posteriormente se denominó Nuevo Testamento. La enseñanza de Jesús no solo liga los dos Testamentos sino que además provee la clave para observar de qué manera encajan entre sí y cómo dependen mutuamente. En el siglo II algunos no vieron con tanta claridad lo que pareciera tan claro en Luc 24:1-53. Un conjunto de escritos cristianos se estaban recopilando (2Pe 3:16) junto a las Escrituras hebreas. En el año 140 d.c. se comenzó a cuestionar la relación entre las Escrituras hebreas y este conjunto de escritos cristianos. Marción, un acaudalado constructor de barcos del Ponto, se dirigió a Roma y procuró utilizar su influencia para eliminar las Escrituras hebreas de la iglesia. Creía que el Dios revelado en las Escrituras hebreas era incompatible con el Dios revelado en Jesús. Marción propuso que solamente se consideraran “Escrituras” algunas de las cartas de Pablo y una versión editada del Evangelio de Lucas.
Marción obligó a la iglesia a decidir si se mantenían las Escrituras hebreas o no, y a determinar cómo interpretarlas en función de Jesús. En tanto que Marción deseaba que el canon fuera considerablemente más breve, había otro grupo denominado montanistas que deseaba agregarle los escritos de su propia creencia.
En medio de estos dos extremos se encontraba un tercer grupo que deseaba mantener las Escrituras hebreas junto con los escritos cristianos que poseían autoridad apostólica. No se requería que un apóstol fuera el autor de un escrito canónico sino que hubiese sido escrito bajo la autoridad de uno de ellos. Algunos documentos que llevaban el nombre de apóstoles fueron rechazados porque eran incompatibles con la enseñanza apostólica acerca de Jesucristo.
Esta comprensión apostólica de Jesucristo pasó a ser un elemento importante en la interpretación bíblica de la iglesia primitiva. Los documentos escritos frecuentemente se hallan sujetos a múltiples interpretaciones. En cierto modo son como una serie de puntos sobre un trozo de papel. Hay una gran cantidad de cuadros que se pueden realizar conectando los puntos de diferentes maneras. Una cuestión vital para la iglesia primitiva era la forma en que esos puntos tenían que conectarse. Los gnósticos tomaban las Escrituras y las reinterpretaban de acuerdo a sus propias opiniones. Ireneo comparaba lo que ellos hacían con una persona que tomaba la imagen hermosa de un rey realizada por un artista con joyas preciosas y las reacomodaba a fin de obtener la imagen de un zorro o un perro (Ireneo, Contra las Herejías, I,8:1 [180 d.c. ], en ANF, I:326).
Frente a estas distorsiones de las Escrituras, Ireneo estableció un marco de referencia interpretativo que había estado implícito en la iglesia durante varias décadas. Este marco de referencia se llegó a conocer como regla de la fe. Esto no era algo que se agregara a las Escrituras. Derivaba de ellas y se convirtió en un patrón en función del cual se debían constatar las interpretaciones.
La regla de la fe ha adoptado numerosas formas durante la historia de la iglesia. El Credo de los Apóstoles se aproxima a esta regla. Credos y confesiones de fe posteriores han funcionado históricamente de manera similar a la regla de la fe, que ha desempeñado una función tanto positiva como negativa en la historia de la interpretación bíblica. En el aspecto positivo ha impedido que la interpretación se alejara de la realidad para convertirse en algo que solo se adecuaba a los gustos del intérprete. A veces, en sentido negativo, ha impedido que la iglesia observe el texto bíblico con una perspectiva renovada.
En tanto que la regla de la fe fue reconocida en Alejandría, esto no impidió que Clemente y Orígenes fueran creativos en la interpretación bíblica. El método alegórico de interpretación floreció allí mucho antes de la época de Clemente y Orígenes. Se utilizaba para interpretar las obras clásicas griegas como así también las Escrituras hebreas. Tanto uno como otro utilizaron la alegoría como una manera de tratar los pasajes difíciles del AT y para interpretar la vida y las enseñanzas de Jesús. Una de las alegorías más famosas de Orígenes es su interpretación de la historia del Buen Samaritano. Cada elemento de la parábola simboliza algo independientemente de lo que es en sí. Aunque esta interpretación es creativa, la cuestión es si eso es lo que Jesús se propuso transmitir cuando relató la parábola. Ver Alegoría.
La forma en que los de Alejandría practicaban el uso de la alegoría fue motivo de crítica por parte de los intérpretes bíblicos de Antioquía. Estos estaban preocupados en cuanto a que la interpretación alegórica le restara mérito a las verdades literales expresadas en las Escrituras. Creían que el significado espiritual de las Escrituras derivaba de una lectura precisa y literal del texto, en lugar de surgir de interpretaciones que aplicaban al sentido original de las Escrituras una serie de significados espirituales que no tenían relación.
Quizás el intérprete bíblico más influyente del milenio siguiente fue Agustín. Su primer encuentro con la Biblia no fue nada prometedor. Agustín halló que la Biblia carecía de dignidad, y en esto se lo comparó a Cicerón. Las reacciones originales de Agustín frente a la Biblia probablemente tuvieron su raíz en la traducción latina antigua que leía.
La educación inicial de Agustín lo llevó a creer que la meta de la interpretación era la fidelidad a la intención del autor tal como estaba expresada en el texto. Tras decir esto, existe cierta ironía en que la conversión de Agustín resultó más fácil después de haber escuchado a Ambrosio aplicando en su predicación el método alegórico. Cuando Agustín interpretaba las Escrituras, no descuidaba el sentido literal sino que iba más allá en el caso de pasajes que eran ambiguos a nivel literal.
Agustín estableció principios que hasta el día de hoy han pasado a formar parte de la sana interpretación bíblica. Reconocía que el intérprete debe conocer el texto, preferentemente en los idiomas originales, y poseer un conocimiento amplio de los diferentes temas que forman parte del contenido bíblico. Agustín reconocía que la Biblia contiene pasajes oscuros y difíciles. Enseñaba que el intérprete debe comenzar con los pasajes claros e interpretar los oscuros a la luz de los claros.
Para Agustín, la meta de la interpretación bíblica es espiritual; nada menos que la transformación de la persona que lee y estudia la Biblia. Esta meta no se puede alcanzar mediante un proceso mecánico. Para entender las Escrituras es necesario conocer bien el lenguaje y la historia, pero eso no es suficiente. La dimensión espiritual del intérprete está unida en forma integral con el proceso de comprensión de las Escrituras, pero tampoco es suficiente. Agustín reconocía que la interpretación bíblica era una tarea que abarcaba tanto el intelecto como el corazón.
Él hacía una distinción entre conocimiento del lenguaje (linguarum notitia) y conocimiento de las cosas (rerum notitia). En De Magistro, Agustín sostiene que el lenguaje (signos) no proporciona conocimiento sino que impulsa al lector a recordar lo que ya conoce. En cuestiones espirituales, Cristo es el maestro y la fuente de este conocimiento. Agustín distinguía entre signos literales y signos figurados. El lenguaje de Génesis que presenta el relato de Abraham cuando lleva a Isaac al Monte Moriah utiliza signos literales. Este mismo lenguaje se puede leer en forma figurativa y señalar la muerte de Cristo.
El modelo de interpretación bíblica de Agustín tuvo influencia sobre Gregorio el Grande, figura determinante de la Edad Media. Gregorio comenzaba con una lectura literal del texto. Tomando como fundamento esta lectura, Gregorio deducía el significado doctrinal (alegórico) y el moral (tropológico) del pasaje. Esta triple interpretación agregó posteriormente un cuarto nivel, el anagógico, que señalaba hacia el futuro.
El cuádruple enfoque de la interpretación bíblica se resumía en una rima:
Litera gesta docet, (La letra enseña los hechos)
Quid credas allegoria, (alegoría que uno debe creer)
Moralia quid agas, (tropología que uno debe efectuar)
Quo tendas anagogia (anagogía hacia la que uno debe aspirar).
Este cuádruple método de interpretación lo vemos en acción en la exégesis de Éxo 20:8-11 por parte de Tomás de Aquino. En su interpretación literal, Tomás hace una distinción entre el significado moral y ceremonial de este mandamiento. Los cristianos tienen que dedicar tiempo a las cosas de Dios. La parte ceremonial del mandamiento especifica ese tiempo como el séptimo día. La interpretación alegórica se refiere al reposo de Cristo en la tumba en el séptimo día. La lectura tropológica invita a los cristianos a desistir del pecado y descansar en Dios. El sentido anagógico señala al futuro hacia el reposo eterno y el disfrute de Dios en el cielo.
Una manera de leer las Escrituras que tuvo su origen en la Edad Media concordaba notablemente con el énfasis que Agustín colocaba a la dimensión espiritual del estudio bíblico. La Lectio divina consistía en tres pasos:
(1) La preparación espiritual denota que hay que encarar las Escrituras en actitud de oración. El texto se debe leer con una receptividad silenciosa y escuchando la voz del Espíritu Santo que habla por medio del texto. El escuchar está íntimamente relacionado con la disposición a poner en práctica lo que se revela en el pasaje.
(2) Leer la Escritura requiere prestar mucha atención a los numerosos detalles que la componen. El texto se debe encarar con la expectativa de que cada detalle se ha colocado allí por una razón, y que prestarle atención a estos detalles es para nuestro beneficio espiritual.
(3) Es importante prestarle una cuidadosa atención al simbolismo bíblico cuando se observa más allá de las palabras para descubrir las realidades que presenta.
Un conocimiento creciente de los idiomas originales de la Biblia fue un elemento catalizador para una nueva era en la interpretación y el conocimiento bíblicos. Desiderio Erasmo fue una importante figura de transición. Su labor cuidadosa en el desarrollo de una serie de ediciones del Nuevo Testamento griego hicieron que prestara tal atención a los detalles que lo llevaron a cambiar el énfasis en la interpretación, pasando de varios niveles de significado a una pasión por descubrir cuál era la intención del autor en el texto. Lo que observó en el enfoque pasado de la interpretación lo turbó. La creatividad en la interpretación había provocado que los lectores se alejaran de la intención del autor. Era casi como si estuvieran practicando un juego.
En este entorno y en el contexto de su propia crisis espiritual, Martín Lutero pasó gradualmente de una marcada interpretación alegórica de las Escrituras a un enfoque que buscaba el sentido histórico de un pasaje. Lutero hizo una caricatura de la interpretación alegórica diciendo que era como una nariz de cera a la que el intérprete le podía dar forma en lugar de poseer un aspecto definitivo del cual el intérprete debía dar cuenta. Aún así, Lutero continuó aplicando la alegoría a pesar de haberla criticado.
La controversia de Lutero y la ruptura final con Roma dio lugar a otra importante cuestión sobre la interpretación bíblica: en medio de las interpretaciones de las Escrituras que competían entre sí, ¿cuál es la fuente de autoridad? Con la crisis ocasionada por el gnosticismo, la regla de la fe era la piedra fundamental para discernir la interpretación correcta de las Escrituras. En la crisis con Roma, Lutero responde: “¡Sola Scriptura!” No la razón. No la tradición de la iglesia. Solamente las Escrituras.
Esto no significa que Lutero y otros reformadores no le dieran valor a la tradición de la iglesia. Habían sido formados por ella y continuaban bajo su influencia. No obstante, tomaron conciencia de que la tradición se había conformado bajo la influencia de otras cosas al margen de las Escrituras. Sola Scriptura era un llamado a reconocer y actuar bajo la premisa de que lo importante está por encima de todo lo demás.
Juan Calvino, el principal intérprete bíblico del siglo XVI, observó que el primer propósito del intérprete es oír y entender lo que el autor está diciendo, en vez de decir lo que el autor debería haber dicho. Calvino interpretaba las Escrituras a la luz de las Escrituras, y enfatizaba la importancia del Espíritu Santo que inspiraba el texto y era parte integral del proceso interpretativo.
Una presunción que tenían en común la mayoría de los exegetas desde el siglo II hasta el XVIII se fue abandonando cada vez más en este último siglo y en los subsiguientes. La presunción era que Dios es el autor final de las Escrituras. Tanto la naturaleza de las Escrituras como la meta de las interpretaciones comenzaron a cambiar ante la ausencia de esta presunción.
Una serie de factores contribuyeron al cambio en relación a cómo se debían ver e interpretar las Escrituras. Tanto los padres de la iglesia como los intérpretes medievales se guiaban por la autoridad de la tradición. Como se señaló anteriormente, los reformadores no eliminaron la tradición sino que la criticaron a fin de enfatizar que las Escrituras solas eran la piedra fundamental para lo que enseña y practica la iglesia.
En otros campos del aprendizaje se empezaron a cuestionar las autoridades tradicionales. La razón y la experiencia humana llegaron a considerarse fuentes del conocimiento. El poder aclaratorio de la física newtoniana reforzó la creencia de que la revelación no era necesaria para entender a Dios y el mundo. Esta progresión lógica llevó a Laplace a expresar que ya no se necesitaba a Dios como hipótesis a fin de explicar algo del mundo.
Los escritos de Carlos Darwin del siglo XIX reafirmaron al extremo el punto de vista naturalista que comenzó a desplazar el concepto teísta que durante miles de años había dominado Occidente. La Biblia ahora se veía simplemente como un libro humano que se debía estudiar aplicando los mismos métodos que se utilizaban para estudiar cualquier otro documento de esa clase. La meta de la interpretación era entender lo que estaban diciendo los autores humanos y reconstruir el proceso por medio del cual habían llegado a escribir los documentos.
Esto no significa que de pronto se efectuaron nuevos descubrimientos acerca de las Escrituras. Los intérpretes más antiguos fueron conscientes de los diferentes relatos acerca de los mismos acontecimientos. Dentro de este marco de referencia, estas diferencias no eran tan significativas y no ponían en cuestión el testimonio que las Escrituras daban de sí mismas diciendo que eran palabra de Dios. No obstante, estas mismas observaciones efectuadas desde la perspectiva del naturalismo se consideraban una confirmación de que las Escrituras eran simplemente un documento humano.
Desde fines del siglo XIX hasta el presente, el estudio académico de las Escrituras ha sido testigo de una proliferación de métodos para entender las Escrituras. Algunos procuraron reconstruir la historia del documento en estudio, incluyendo la historia y las motivaciones de la comunidad donde se compuso. Otro enfoque ampliamente difundido colocaba menos interés en el trasfondo histórico, cultural y religioso del documento y prestaba más atención a su forma literaria. Para los numerosos eruditos que optaron por este enfoque, el trasfondo del documento y la historicidad de los eventos de la narración eran de importancia mínima.
Mientras que los intérpretes histórico-críticos de la Biblia difieren de los tradicionales en cuanto al tema de la naturaleza de las Escrituras, poseen en común la creencia de que la meta de la interpretación es entender qué intenta decir el o los autores. Que uno no pueda establecer esto con certeza no significa que el objetivo no sea válido o importante. En años recientes, los posmodernistas han cuestionado esta presunción. Es interesante observar que filósofos tan dispares como Jacques Derrida y W. V. Quine hayan llegado a esta conclusión. Ambos reconocen que el significado es un concepto pragmático útil. Aun así y por diferentes razones, sostienen que en la semántica y la hermenéutica el significado carece de valor explicativo. La comprensión lógica del significado nos lleva a otorgarle la misma clase de realidad que tienen los objetos físicos, pero el significado como entidad no existe. La implicancia de este concepto para la interpretación bíblica es que no solo no podemos estar seguros de tener la interpretación correcta de un texto sino que tampoco existe ninguna interpretación correcta del texto. No hay ninguna intención del autor que sea correcta o equivocada. Tan diferentes como puedan ser los puntos de partida de Derrida o de Quine, ellos intentan explicar el lenguaje dentro de la cosmovisión naturalista. Las conclusiones a las que llegan desde distintas direcciones podrían ser un indicio de la bancarrota del naturalismo en lo que hace al programa de investigación para la comprensión del lenguaje humano y el desarrollo de la teoría hermenéutica que tiene en cuenta la complejidad y la riqueza de este lenguaje.

Steve Bond