Significado de MUERTE Según La Biblia | Concepto y Definición

MUERTE Significado Bíblico

¿Qué Es MUERTE En La Biblia?

La descripción bíblica de la muerte no es un resultado normal de procesos naturales. La Biblia más bien presenta la muerte humana como la reafirmación de que algo ha cambiado en el orden creado por Dios. Sin embargo, las Escrituras no la presentan como la terminación desesperanzada de la conciencia humana sino que, por el contrario, se caracteriza por la esperanza de resurrección. Los eruditos bíblicos agrupan las enseñanzas de la Biblia acerca de la muerte en tres categorías diferentes pero interrelacionadas: física, espiritual y eterna.
La muerte física
Los capítulos iniciales del Pentateuco ubican claramente el origen de la muerte humana en la rebelión del Edén (Gén 3:19). Esta mortalidad alcanzó a Adán (Gén 5:5) y es una certeza para todos sus descendientes (1Co 15:21-22). Aparte de la provisión milagrosa directa, como en el caso del profeta Elías (2Re 2:11), Dios ha fijado una hora para la muerte de cada ser humano (Heb 9:27). En su estado caído y finito, los seres humanos son incapaces de evitar la realidad de la muerte (Sal 89:48).
La realidad de la muerte impregna las Escrituras. En la comunidad del AT, el contacto con un cadáver significaba volverse impuro (Núm 5:2) Incluso el contacto con los huesos de los muertos o con un sepulcro hacía necesario cumplir con los siete días del ritual de purificación (Núm 19:16). El pueblo de Dios tenía prohibido hacer luto por sus muertos conforme a las costumbres de las naciones paganas que lo rodeaban, tales como corte ceremonial de la piel y rapado de la cabeza (Deu 14:1).
Puesto que Dios es el dador de la vida (Hch 17:25), Él tiene la prerrogativa soberana de tomar la vida humana cuando así lo considere. Ocasionalmente en la teocracia del antiguo pacto y por revelación directa a través de sus profetas, Dios designaba a los suyos para ejecutar juicio divino sobre los enemigos del pueblo de Dios (Núm 31:1-11; Deu 7:22-26; Deu 20:1-20; 1Sa 15:1-8). La iglesia del nuevo pacto no recibió esa autoridad. El poder de la iglesia no se ejerce sobre la vida o la muerte física sino solamente sobre la exclusión del cuerpo de los pecadores no arrepentidos (1Co 5:9-13). Aun así, la Biblia habla de la muerte como una manifestación drástica de la disciplina divina sobre aquellos miembros de la comunidad de creyentes que persisten en su actividad pecaminosa sin arrepentirse (Hch 5:1-11; 1Co 11:27-34).
A lo largo de la Biblia, la muerte es un recordatorio de la brevedad de la vida humana. La Escritura nos llama a una vida gozosa a la luz de la certeza de nuestro destino en el sepulcro (Ecl 9:9-10), compara la brevedad de la vida con la existencia efímera de una flor (Job 14:2) y contrasta la brevedad de la existencia humana con la fidelidad eterna de Dios (Sal 90:2-12; Sal 103:14-17). Jesús habló de lo repentino de la muerte como una advertencia para los que confían en sus posesiones terrenales más que en la provisión de la gracia de Dios (Luc 12:16-20). La descripción de Santiago de la existencia humana como “niebla” enseña que la muerte inminente expone la incertidumbre de todo lo que el ser humano planifica (Stg 4:13-16).
La Biblia nunca presenta la muerte física como una transición sin dolor de la existencia material al plano espiritual. Por ejemplo, cuando Jesús se enfrentó a la muerte de su amigo Lázaro, no reaccionó con una resignación indiferente sino que fue movido a derramar lágrimas de compasión por el dolor que la muerte había dejado a su paso (Jua 11:35; Jua 11:38). El apóstol Pablo muestra una actitud ambivalente ante su muerte a manos del estado. El bien que él encuentra en la muerte no es escapar de la vida. Por el contrario, Pablo se regocija en el conocimiento de que en la muerte sería glorificado y podría estar en la presencia de su Mesías, el Señor Jesús (Flp 1:19-23).
La Escritura vincula muy de cerca a la muerte con la actividad malévola de Satanás, a quien Jesús calificó como “homicida desde el principio” (Jua 8:44). La entrada de la muerte en la creación vino con la tentación astuta de la serpiente (Gén 3:1-6). El escritor de Hebreos le atribuye al malvado el “poder de la muerte”; concretamente, ese miedo universal y paralizante a la muerte del que los creyentes son librados por la expiación de Cristo (Heb 2:14-15).
Aunque la muerte física a veces se compara con el sueño (Deu 31:16; Jua 11:11; 1Co 11:30; 1Ts 4:15), la Escritura no enseña que al morir la conciencia se desvanece para entonces despertar en el día de la resurrección y del juicio. En la cruz, Jesús le prometió al ladrón arrepentido que vería el paraíso el mismo día de su muerte (Luc 23:43). Pablo enseña que, para los creyentes, estar ausentes del cuerpo significa estar presentes con Cristo (2Co 5:8).
La muerte espiritual
Los resultados catastróficos de la caída de Adán no se limitan a la muerte corporal. La Escritura caracteriza a la humanidad caída como “muertos en delitos y pecados” (Efe 2:1; Col 2:13). Los seres humanos nacen con una sentencia de muerte, pero también con deseos corruptos e inclinaciones que los someten por completo como si estuvieran “muertos” ante el peligro de su culpa acumulada (Efe 4:18-19).
Por todo esto, la humanidad está separada de su Creador. La mente pasa por alto lo que puede verse claramente acerca de Dios en la creación y prefiere adorar ídolos (Rom 1:21-23). La voluntad no quiere reconocer la verdad de la autorrevelación de Dios (Rom 3:10). Las emociones se aferran a deseos pecaminosos, prefiriéndolos antes que a la justicia de Dios (Jua 3:19; Flp 3:19). A menos que esta muerte espiritual sea contrarrestada por la obra de la gracia de Dios en el evangelio, conducirá al juicio eterno (Stg 1:14-15).
La muerte eterna
La muerte corporal no termina con la responsabilidad de los seres humanos rebeldes ante el santo tribunal de Dios. Después de la hora designada para la muerte viene el juicio (Heb 9:27). En algunas ocasiones, la Biblia utiliza la palabra “muerte” para describir la ira de Dios que alcanzará en la vida futura a los que no son creyentes (Apo 20:14). Aunque a esta realidad diabólica a veces se la denomina “perdición” (Jua 3:16; 2Pe 2:12) y “destrucción” (Mat 10:28; 2Ts 1:9), no se puede entender como aniquilación de la persona. En contraste con el momentáneo aguijón de la muerte física, la muerte que aguarda al pecador en el último juicio se describe como consciente (Mat 8:12) y eternamente implacable (Mar 9:43). La universalidad del pecado significa que cada uno de los seres humanos merece esta expresión suprema de la justicia de Dios (Rom 3:23), con excepción de Jesús de Nazaret, quien no conoció pecado.
La muerte y la obra de Cristo
El AT no describe la muerte como una condición permanente dentro del orden creado. En cambio, los profetas señalan el día en que Dios llamará a los justos de sus sepulcros a la vida eterna (Dan 12:2). Los profetas proclaman que la muerte no tiene lugar en la consumación del reino escatológico de Dios (Isa 25:8). La resurrección de los muertos en el último día se entiende como la confirmación de la fidelidad gloriosa de Dios a las promesas de Su pacto (Eze 37:12-14).
En Jesús de Nazaret ha llegado la prometida destrucción de la muerte en el reino de Dios. Jesús ejerció Su soberanía sobre la vida y la muerte al resucitar muertos (Mat 9:18-26; Mar 5:35-43; Luc 7:11-17; Luc 8:49-56), y también al declararse a sí mismo fuente de la resurrección y la vida eterna (Jua 11:25). Jesús enseñó que en el día final Él llamaría personalmente a Su pueblo de sus sepulcros (Jua 6:39), promesa reiterada en la predicación apostólica de la iglesia primitiva.
El momento decisivo en los propósitos de Dios para vencer el reinado de la muerte se cumplió en la muerte expiatoria y la resurrección de Jesús. Él soportó la muerte por el mundo y cargó en Su cuerpo el juicio santo de Dios contra la creación rebelde. Su resurrección lo confirma como el Mesías ungido y como beneficiario de las promesas del pacto de Dios (Rom 1:3-4; Hch 2:22-36). Los apóstoles predicaron sobre la resurrección de Jesús como Su triunfo sobre la muerte. Como el segundo Adán, Él es el primogénito de la resurrección de los justos (1Co 15:20-23). Los que creen en Él serán resucitados, no a causa de su propia justicia sino porque están unidos al Cristo resucitado.
Pablo, luego de identificar a la muerte como consecuencia de la depravación humana universal, anuncia la resurrección de Jesús como declaración de muerte para la muerte misma (2Ti 1:10). Al proclamar que con Cristo han llegado los últimos tiempos debido a que el “último enemigo” fue vencido en la resurrección del Mesías (1Co 15:26), Pablo se burla del poder de la muerte a la luz de la victoria de Jesús (1Co 15:55). Sobre la base de que Dios resucitó a Jesús, les brinda a los creyentes la seguridad de que los cuerpos enterrados en los sepulcros serán levantados a la vida en la nueva creación (1Co 15:35-49). Los creyentes, por lo tanto, no tienen razón alguna para desesperarse ante la muerte (1Ts 4:13-18).
La Biblia establece la esperanza de los creyentes ante la muerte, no solo en el triunfo de la resurrección de Jesús sobre la muerte sino también en el ministerio actual del Espíritu Santo. Los profetas del AT relacionaron la resurrección de los muertos con la venida del Espíritu de Dios en el reino escatológico (Eze 37:13-14). La regeneración del espíritu de los seres humanos se presenta como garantía de la futura regeneración del universo (2Co 1:22; 2Co 5:1-5; Efe 1:14).
La Biblia compara la victoria de Jesús sobre la muerte física en la resurrección con Su victoria sobre la muerte espiritual en la regeneración del corazón humano, hecho que se compara con la creación de luz por parte de Dios en el momento de la creación (2Co 4:6). Se nos dice que la regeneración es el acto mediante el cual Dios “da vida” a los que habían estado “muertos” en sus pecados (Efe 2:1) para que puedan caminar en la maravilla de la nueva creación (Rom 6:4). Ver Resurrección.

Russell D. Moore