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El rey Enrique IV, de Francia, preguntó, cierta vez, al duque de Alba si él había observado el grande eclipse del sol ocurrido pocos días antes. "No", dijo el duque, "tengo tanta cosa para hacer en la Tierra que no me sobra tiempo para mirar para el cielo." Comentando sobre este hecho, Thomas Brooks dijo: "Es lamentable verificar como el corazón y el tiempo son tan asociados a las cosas terrestres que no nos sobra tiempo para mirar para arriba y contar con Cristo y las cosas celestiales. ¡Como son bobas las personas que viven exclusivamente para las cosas de este mundo! El placer disfrutado es apenas momentáneo y no trae las bendiciones duraderas del Cielo."

Hay señales que se nos presentan todos los días al salir de casa, estas son las señales de tránsito. Un día un policía detiene a un conductor por haber cometido varias infracciones de tránsito. -Alto deténgase dice el policía, le comunico que se paso un paso de cebra, se paso tres semáforos en rojo, y viene con exceso de velocidad pasando a todos los otros vehículos. El conductor responde de una manera muy inusual. -Pero le aviso que no me pase todo como usted me indica -¡no me diga! ¿Qué le falto pasar? Pregunta el policía. -¡El curso de conducción! Eso me falto pasar dice sonriendo el conductor… En la vida espiritual, Dios ha puesto muchas señales que nos indican el camino a seguir y también nos advierten los peligros que traerán a nuestra vida el pasar por alto estas señales.

El Amoco-Cadiz en 1978, el Exxon-Valdez en 1989, el Erika en 1999, el Ievoli Sun en el 2000 y el Prestige en 2003 derramaron millares de toneladas de petróleo en el océano. Este tipo de contaminación constituye una de las catástrofes naturales de mayor importancia. ¿Pero sabe usted que existe otra contaminación igualmente temible? Esta contaminación ataca el alma: es el pecado. El odio, el afán de lucro, la mentira, la vanidad, el egoísmo, la inmoralidad sexual, etc. son en realidad las causas reales de la contaminación del planeta y degradan al hombre en cuerpo y alma. Al mismo tiempo injurian la gloria del Dios de amor, de santidad, de verdad y de justicia.

Los evangelios nos hablan varias veces de la mirada de Jesús. Miraba a sus discípulos, asombrados por su enseñanza (Mateo 19:25-26); miraba con enojo y tristeza a los jefes religiosos carentes de compasión (Marcos 3:5); miraba con afecto a un joven que deseaba la vida eterna (Marcos 10:21); miraba a su discípulo Pedro que lo negó. Por medio de su mirada, Jesús entraba en contacto con los que le rodeaban. Tocaba sus corazones y alcanzaba sus conciencias, porque los amaba y los respetaba. Los reconocía siempre como personas humanas, dignas y reponsables, a las cuales ofrecía su socorro.

Era domingo, día de la resurrección de Cristo, cuando María Magdalena, muy de mañana, fue al sepulcro donde se había puesto el cuerpo de Jesús. La piedra que cerraba el acceso había sido quitada y la tumba estaba vacía. Después de averiguar lo sucedido, Pedro y Juan volvieron a los suyos, pero María se quedó llorando. De repente, alguien se le acercó y la llamó por su nombre. ¡Qué inmensa emoción! ¡Era su amado Maestro! Le encargó un mensaje de incalculable alcance para sus “hermanos”: de ahí en adelante, Su Padre sería el de ellos, y Su Dios también sería el Dios de ellos (Juan 20:17).

Muchas luchas podemos haber enfrentado en cada año de nuestras vidas. Muchas otras, ciertamente, aún tendremos de enfrentar.¿Es por qué aún no sucumbimos? ¿Por qué no desfallecemos? ¿Por qué continuamos firmes y confiantes en la victoria?