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Era de noche. Jesús y once discípulos entraron en un huerto. Ocho de ellos se sentaron a la entrada. Jesús llevó con él a tres de los más allegados y les dijo: “Quedaos aquí, y velad conmigo”. Él mismo se alejó un poco más y se arrodilló, diciendo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa (sufrimiento); pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Él sabía que iba a morir en la cruz cargado con los pecados de todos los que en él creyeran.

Si analizamos bien nuestras vidas y el rumbo que lleva, muchas veces notamos que nosotras mismas hemos tomado las decisiones para encontrarnos donde estamos. ¿Qué quiero decir con esto? Que nosotras, y no el Señor, hemos decidido el curso de nuestras vidas. ¿Hasta cuando lo haremos? Hasta que nos cansemos de decidir por nosotras mismas y le pidamos socorro a nuestro Dios.

¿La humanidad ha conocido la paz universal en alguna época de su historia? De todos modos, si la hubo, fue en tan breves intervalos que en la memoria de los pueblos sólo permanecen los conflictos. La «pax romana» no fue más que un mito y se basaba en el siguiente principio: si quieres la paz, prepara la guerra. Aun cuando la paz es la suprema aspiración de todas las naciones, nunca han proliferado tanto los combates armados como ahora, con armas cada vez más sofisticadas y mortíferas.

Muchas veces nos decimos salvos, hijos del Dios Todo Poderoso, pero vivimos cual si eso no fuese verdad. Estamos a todo tiempo cayendo en agujeros de engaños y, peor aún, llevando otros a caer en agujeros semejantes. Nuestras vestíduras no son limpias, nuestra luz está apagada, nuestras palabras provocan malestar, nuestro testimonio no convence a nadie.

La situación de Ana parecía irremediable. Estaba angustiada porque “Jehová no le había concedido tener hijos”. Lo cual por sí solo, era un gran motivo de desgracia para una mujer hebrea. Pero Ana sufría aún más por la provocación intencional de la otra esposa de su marido, quien había sido bendecida con hijos.

La experiencia de Moisés ante la zarza ardiente rebosa de lecciones para nosotros hoy. Allí se encontró con Cristo, la segunda persona de la Deidad, «el Ángel de Jehová», el «Ángel del pacto» (Mal. 3:1). Moisés supo de quién se trataba porque desde la antigüedad Dios se había comunicado con sus siervos bajo ese nombre (Gen. 22:11). Por otro lado, según la Biblia (Jue. 9:8-15), la zarza era la planta más humilde, pues palidecía al compararla con árboles más nobles y de mayor porte. Ello vendría a representar la humildad del Estado de Israel en comparación con