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    Hechos 4 - Reina Valera 2004

    Pedro y Juan ante el concilio

    1. Y HABLANDO ellos al pueblo, los sacerdotes y el magistrado del templo y los saduceos, vinieron sobre ellos,

    2. resentidos de que enseñasen al pueblo, y predicasen en Jesús la resurrección de los muertos.

    3. Y les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente; porque era ya tarde.

    4. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil.

    5. Y aconteció al día siguiente, que se juntaron en Jerusalem los príncipes de ellos, y los ancianos, y los escribas;

    6. y Anás, príncipe de los sacerdotes, y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran del linaje sacerdotal;

    7. Y poniéndoles en medio, les preguntaron: ¿Con qué poder, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?

    8. Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Príncipes del pueblo, y ancianos de Israel:

    9. Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado;

    10. sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que por el nombre de Jesucristo de Nazaret, al que vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano.

    11. Este Jesús es la piedra reprobada de vosotros los edificadores, la cual es puesta por cabeza del ángulo.

    12. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que debamos ser salvos.

    13. Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras e ignorantes, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.

    14. Y viendo al hombre que había sido sanado, que estaba con ellos, no podían decir nada en contra.

    15. Entonces mandaron que saliesen del concilio; y consultaban entre sí,

    16. diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, un milagro notable ha sido hecho por ellos, manifiesto a todos los que moran en Jerusalem, y no lo podemos negar.

    17. Sin embargo para que no se divulgue más por el pueblo, amenacémosles, para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este nombre.

    18. Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús.

    19. Mas Pedro y Juan, respondiendo, les dijeron: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios:

    20. Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.

    21. y después de amenazarles más, y no hallando nada de qué castigarles, les dejaron ir por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que había sido hecho.

    22. Porque el hombre en quien había sido hecho este milagro de sanidad, era de más de cuarenta años.

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    23. Y puestos en libertad, vinieron a los suyos, y contaron todo lo que los príncipes de los sacerdotes y los ancianos les habían dicho.

    24. Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay;

    25. que por boca de David, tu siervo, dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas?

    26. Se levantaron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno Contra el Señor, y contra su Cristo.

    27. Porque verdaderamente se juntaron contra tu santo Hijo Jesús al cual ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel,

    28. para hacer lo que tu mano y tu consejo habían antes determinado que había de ser hecho.

    29. Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y da a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra;

    30. y extiende tu mano para que sanidades, y milagros y prodigios sean hechos por el nombre de tu santo Hijo Jesús.

    31. Y como hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaron la palabra de Dios con denuedo.

    Todas las cosas en común

    32. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma: y ninguno decía ser suyo propio lo que poseía; sino que tenían todas las cosas en común.

    33. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús; y abundante gracia había sobre todos ellos.

    34. Y ningún necesitado había entre ellos; porque todos los que poseían heredades o casas, vendiéndolas, traían el precio de lo vendido,

    35. y lo ponían a los pies de los apóstoles; y era repartido a cada uno según su necesidad.

    36. Entonces José, que fue llamado de los apóstoles por sobrenombre, Bernabé (que interpretado es, Hijo de consolación), levita, natural de Chipre,

    37. como tuviese una heredad, la vendió, y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles.