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    Romanos 8 - Nueva Biblia Española (1975)

    Viviendo en el Espíritu

    1. En consecuencia, ahora no pesa condena alguna sobre los del Mesías Jesús,

    2. pues, mediante el Mesías Jesús, el régimen del Espíritu de la vida te ha liberado del régimen del pecado y de la muerte.

    3. Es decir, lo que le resultaba imposible a la Ley, reducida a la impotencia por los bajos instintos, lo ha hecho Dios: envió a su propio Hijo en una condición como la nuestra pecadora, para el asunto del pecado, y en su carne mortal sentenció contra el pecado.

    4. Así, la exigencia contenida en la Ley puede realizarse en nosotros, que ya no procedemos dirigidos por los bajos instintos, sino por el Espíritu.

    5. Porque los que se dejan dirigir por los bajos instintos tienden a lo bajo, mientras los que se dejan dirigir por el Espíritu tienden a lo propio del Espíritu;

    6. de hecho, los bajos instintos tienden a la muerte; el Espíritu, en cambio, a la vida y a la paz.

    7. La razón es que la tendencia a lo bajo significa rebeldía contra Dios, pues no se somete a la Ley de Dios; en realidad, ni siquiera lo puede,

    8. y los que viven sujetos a los bajos instintos son incapaces de agradar a Dios.

    9. Ustedes, en cambio, no están sujetos a los bajos instintos, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes; y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es cristiano.

    10. Pues bien, si Cristo está en ustedes, aunque el ser de ustedes estuvo muerto por el pecado, el Espíritu es vida por el indulto;

    11. y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en ustedes, el mismo que resucitó al Mesías dará vida también a sus seres mortales, por medio de este Espíritu suyo que habita en ustedes.

    12. Resumiendo, hermanos, deudores lo somos, pero no de los bajos instintos para tener que vivir a su manera.

    13. Si viven de ese modo, van a la muerte, y, al contrario, si con el Espíritu dan muerte a las bajas acciones, vivirán;

    14. porque hijos de Dios son todos y sólo aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios.

    15. Miren, no recibieron un espíritu que los haga esclavos y los vuelva al temor; recibieron un Espíritu que los hace hijos y que nos permite gritar: ¡Abba! ¡Padre!

    16. Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios;

    17. ahora, si somos hijos, somos también herederos: herederos de Dios, coherederos con el Mesías; y el compartir sus sufrimientos es señal de que compartiremos también su gloria.

    18. Sostengo además que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros.

    19. De hecho, la humanidad" otea impaciente aguardando a que se revele lo que es ser hijos de Dios;

    20. porque, aun sometida al fracaso (no por su gusto, sino por aquel que la sometió), esta misma humanidad abriga una esperanza:

    21. que se verá liberada de la esclavitud a la decadencia, para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios.

    22. Sabemos bien que hasta el presente la humanidad entera sigue lanzando un gemido universal con los dolores de su parto.

    23. Más aún: incluso nosotros, que poseemos el Espíritu como primicia, gemimos en lo íntimo a la espera, de la plena condición de hijos, del rescate de nuestro ser,

    24. pues con esta esperanza nos salvaron. Ahora bien, esperanza de lo que se ve ya no es esperanza; ¿quién espera lo que ya ve?

    25. En cambio, si esperamos algo que no vemos, necesitamos constancia para aguardar.

    26. Pero, además, precisamente el Espíritu viene en auxilio de nuestra debilidad: nosotros no sabemos a ciencia cierta lo que debemos pedir, pero el Espíritu en persona intercede por nosotros con gemidos sin palabras;

    27. y aquel que examina el corazón conoce la intención del Espíritu, porque éste intercede por los consagrados como Dios quiere.

    Más que vencedores

    28. Sabemos también que, con los que aman a Dios, con los que él ha llamado siguiendo su propósito, él coopera en todo para su bien.

    29. Porque Dios los eligió primero, destinándolos desde entonces a que reprodujeran los rasgos de su Hijo, de modo que éste fuera el mayor de una multitud de hermanos,

    30. ya esos que había destinado, los llamó; a esos que llamó los rehabilitó, y a esos que rehabilitó les comunicó su gloria. .

    31. ¿Cabe decir más? Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra?

    32. Aquel que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que con él no nos lo regale todo?

    33. ¿Quién será el fiscal de los elegidos de Dios? Dios, el que perdona.

    34. Y ¿a quién tocará condenarlos? Al Mesías Jesús, el que murió, o, mejor dicho, resucitó, el mismo que está a la derecha de Dios, el mismo que intercede en favor nuestro.

    35. ¿Quién podrá privarnos de ese amor del Mesías? ¿Dificultades, angustias, persecuciones, hambre, desnudez, peligros, espada?

    36. Dice la Escritura: Por ti estamos a la muerte todo el día, nos tienen por ovejas de matanza.'

    37. Pero todo eso lo superamos de sobra gracias al qué nos ha demostrado su amor.

    38. Porque estoy convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni soberanías, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes,

    39. ni alturas, ni abismos, ni ninguna otra criatura podrá privarnos de ese amor de Dios, presente en el Mesías Jesús, Señor nuestro.